Le compré a J. un libro de refranes en Moyano porque me recordó a él: los usaba para todo. Le mandé una foto para divertirle, porque no seré muchas cosas, pero algo graciosa sí y él siempre se reía —conmigo o de mí, pero se reía— y a mí eso me hacía feliz. El libro coge polvo en una balda de mi estantería, nunca se lo di. Tampoco pensaba; mi ingeniosa estrategia de reconquista resultó en naufragio. Aquello quedó en una (otra) anécdota divertida con la que también hacer reír a mis amigas.
Recuerdo pasear con el librito en una bolsa de plástico verde. El destino estaba entre mis manos, las posibilidades eran infinitas y todas las puertas estaban abiertas. Lo había visto en los expositores (¿se llamarán así?) de la cuesta y juro que pensé que me vino Dios a ver. Era una señal —por entonces yo creía en las señales—. Se me apareció delante su nombre e inmediatamente supe que tenía que hacerme con él. Jugármela. Llamar. ¿Qué tenía yo que perder cuando ya lo había dado todo por perdido?
Subí nerviosa al coche de mi madre, que venía conmigo. Todavía no había emprendido mi proyecto y en mi cabeza ya sonaba el runrún de lo que iba a decir y cómo iba a decirlo. Le pregunté a mi madre si mi decisión era correcta, si después de tantos años, de tanto bucle y de tanto adiós en silencio estaba haciendo bien en intentarlo de nuevo. De forma unilateral, claro, que siempre era una la que tiraba de aquel carro. Recuerdo que me insufló algo de valentía con alguna frase buena —siempre las dice—, pero ahora no me acuerdo de ninguna. Lo que sí sé es que al hilo de alguna de ellas me dijo que buscara y reprodujera en Spotify Rome wasn’t built in a day de Nick Lowe.
You don’t know it but I’ve made my mind up / You’ll wind up in my arms / First I have to break down your resistance to my charms / I know it won’t be easy, but I won’t rest until I find a way / Everybody knows that Rome wasn’t built in a day…
Yo no sé qué pensé en ese momento, ni cuando poco después le escribí, ni mientras leía sus risotadas kilométricas —me generaba una dopamina curiosa saber que se reía conmigo; hace muchísimo que esa sensación ya no aparece, la risa irrefrenable, el dolor en las mejillas— ni durante la semana que hablamos previa a que habláramos bien, de verdad, con el corazón en la mano —al menos yo— y la garganta hecha un nudo que luego destensaría repasando la escena con L. en el coche de camino a la feria de Sevilla.
Pero sí sé lo que pensé cuando la otra noche saltó la canción mientras yo iba sola en el coche.
Vivo cada día con la ilusión incrustada. Todo me entusiasma, estoy configurada con fuertes dosis de esperanza y permanezco instalada en la certeza de que las cosas que se trabajan y se luchan terminan lográndose. Puede que a veces peque de naíf, y sé casi con total seguridad que es mi forma de ser lo que me pasa factura con los años: me duelen más las desilusiones, me afecta más el guantazo de realidad. Muchas veces quisiera ser de otra manera. La frivolidad y el distanciamiento serían estupendos, me digo. Qué ironía, pensé, suena lo de Nick Lowe —una oda a la ilusión y a la perseverancia— cuando estoy bajo mínimos. Barrunté que de nada me había servido vivir colgada del humo que yo sola genero. Sonreí melancólica hacia dentro. Hacia fuera un poco también. Hay algo en los coches… Ya hablaremos de eso.
Total que en mitad de la curva que me saca de la autovía se me ocurrió que quizás estuviera equivocada. Que ni aquello era Roma ni yo debería arrepentirme por haberlo visto como tal. Y, qué digo, algo de Roma puede que tuviera: las ruinas —que se pueden (y se deben) visitar— son lo único que queda en pie de la historia. Y mirándolas uno ve lo que ha cambiado el mundo. Así que me dediqué a escuchar la canción, a dejar que cada palabra y cada estrofa y cada verso reposara.
Just look at what the pharaoh did / When he built his pyramid / Everybody knows that it didn’t spring up over night
No, Roma no se construyó en un día. Pero es que, precisamente, Roma no se construyó en un día y, cuando la estaban construyendo, nadie sabía que iba a ser… bueno, Roma. Y es esa ilusión, la de estar creando algo, armando sus cimientos y viéndolo crecer es incomparable. Los nervios previos, la expectación, los castillos de naipes en el aire y la incertidumbre. Todo eso es combustible.
Y yo no sé si hago bien o mal en vivir ilusionándome, si debería cambiar mi configuración como tantas veces me he propuesto; dejar de ser tan risueña, optimista o jocosa. No lo sé. Sí sé que es mi forma de ser y que por más que nade contracorriente hay momentos en los que compensa más dejar de esforzarse, ceder a la marea y permitir que ésta nos lleve adónde quiera que vaya. A veces, quién sabe, una termina llegando a buen puerto.
Precioso y me he ido corriendo a escuchar Rome wasn't built in a day… ❤️