Una de mis fotos favoritas de La comedia humana —exposición de Eliott Erwitt en la Fundación Canal— retrata a tres personas observando un cuadro en un museo. Parece que el lienzo no pertenece a la habitación que lo alberga. En mitad de una sala con mármoles y otras pinturas románticas con un toque de rococó, los tres personajes de la fotografía de Erwitt contemplan un destello de luz blanquecina rodeada de una negrura profunda. A la izquierda, el rostro acrílico fijado en la pared los observa dubitativo mientras la expresión de los protagonistas queda para siempre escondida.
El otro día S. nos comentaba que se estaba leyendo un libro sobre aquella generación cuya adolescencia se había visto afectada por un boom tecnológico, allá por el 2012. Aunque, según nos explicó, la mía no pertenecía a la mencionada, sí recuerdo crecer con cierto afán por la fotografía. Hubo una época en la que a todo el mundo le gustaba retratar y ser retratado. Era como un vicio, como poner de manifiesto las ansias por dejar huella, por quedar inmortalizado en algún lugar. Llegaron las cámaras réflex a todas las casas y las quedadas los viernes o los jueves eran exclusivamente dedicadas a los entrenamientos con el aparato. Quedábamos para hacernos fotos, para perpetuar una quincena que ahora se ha esfumado.
De la foto de Erwitt me agrada de forma particular que no se vean los rostros de esas tres personas. Se aprecia su edad, y por la vestimenta se podría adivinar de manera imprecisa la época en la que fue tomada la imagen. Pero sin duda lo que más me atrae de esta fotografía es que de aquel momento, de aquel intersticio capturado, perdure lo importante: la curiosidad.
La curiosidad es un talento. Uno con el que no todo el mundo ha sido dotado. De ello me percato, sobre todo, conversando con la gente. A veces se me hace inconcebible que a alguien no le invada ese cosquilleo tan particular cuando otro habla de algo que no conoce. Hay personas que únicamente con un par de palabras son capaces de descubrirnos terra ignota, de acompañarnos de la mano e introducirnos en flamantes universos, en viajes estimulantes. ¿A quién no le gustaría zambullirse en semejante océano de posibilidades? Sobre todo, cuando alguien pone de manifiesto, de forma evidente, que queda un mundo por conocer y que sólo de nuestra propia voluntad depende poder o no conocerlo.
Creo que, como en la foto de Erwitt, la curiosidad muchas veces se aprende de los mayores; de la vida se aprende de los mayores. No recuerdo a quién leí una declaración de amor a las amistades intergeneracionales, pero permitiría que mi nombre constase como abajo firmante. Los mayores siempre se ven retratados en la juventud, para bien o para mal. Y supongo que esa es la mayor responsabilidad con la que cargan las personas que tienen hijos. De la foto del museo, como he comentado, no se ven las caras de las tres personas: no hace falta.
Me gusta pensar que la niña no mira al cuadro; mira al señor que está delante de ella. Porque nada suscita más la curiosidad de alguien que una persona interesante. Nada en el mundo tiene la capacidad de inducir a otra persona el germen de la curiosidad. Y nada en el mundo es tan difícil de encontrar como esas personas. Pero por eso me gusta esa fotografía, por eso disfruto viendo algo tan difícil de atisbar como sólo la curiosidad es retratado en una imagen, prolongado en el tiempo y en la historia.
Aquellas fotos de cuando yo tenía catorce o quince andarán perdidas en alguna SD que se haya extraviado debajo de algún mueble inamovible. Imágenes de un pasado irrecuperable (gracias a Dios, he crecido). Sin embargo hay algo que sí perdura: el talento que aquellas tardes aprontando un botón me ayudaron a configurar. Aunque ahora carezca de talento fotográfico —siempre cojeé de aquella pata—, sé que tengo otro mucho más valioso; uno que cualquier fotógrafo necesita para desempeñar su oficio. Porque además de ser un talento, que a veces puede sonar algo pretencioso, la curiosidad es una forma de mirar. Mirar lo que nos rodea, lo que nos ha precedido y a quienes nos acompañan. Y creo, sinceramente, que vivir la vida de otra manera, mirarla con otros ojos o a través de una perspectiva diferente, sería echara perder el tiempo y el regalo que la vida nos ha dado.
Estoy segura de que esa curiosidad que tienes te da una perspectiva fantástica para la fotografía ;-) Me ha encantado, gracias por compartir.
La belleza está en los ojos de quien mira ❤️