«Llegar lejos en la vida es tener una buena colección de libros»
Javier Aznar sobre sus veranos, hacerse mayor, referentes y alguna cosa más
Un reloj de pulsera con correa de piel marrón adorna la muñeca izquierda de Javier Aznar (Santander, 1985). Lo mira de forma periódica, como si llegase tarde a otro lugar. Sin embargo, se toma su tiempo: al llegar, al responder, incluso al rematar una frase. A veces, mientras piensa en la respuesta, cierra los ojos y arruga la frente: como rebuscando en el ingente archivo que es su cabeza una palabra o una frase con la que atinar.
Mientras piensa en silencio, el sonido ambiente del Sanchís se hace notar: el chin-chin de las copas, las coquinas tintineando mientras caen sobre la báscula para que las pesen o los camareros gritando que «más pan para la cuatro». Javier Aznar se pide un vermut (y una CocaCola) en este bar de culto que cualquier madridista ha visitado. Cualquiera, excepto el que me acompaña: «No había estado nunca». En cierto sentido, me alegra que sea así. Disfruto sabiendo que, después de todo lo que yo he aprendido escuchando y leyéndole, tengo el privilegio de descubrirle un rincón especial. Aunque solo sea uno.
PREGUNTA.- Hablas y escribes del verano con bastante frecuencia.
RESPUESTA.- Hace poco hablé de este tema en el podcast. Al ser de Santander, que es una ciudad de veraneo, digamos que lo tengo un poco metido. Siento que el verano allí abarca más: es parte de todo el año. Además, mis padres se conocieron un verano en una casa en la que luego yo he pasado mucho tiempo. No sé, siento que el verano siempre ha formado parte de mí. También pasé muchos veranos de mi adolescencia en Estados Unidos. Creo que ha sido algo que ha marcado mucho mis gustos y preferencias, mi interés por la literatura y el periodismo americano, el deporte y toda la mezcla de cultura pop. Todo eso está muy asociado a los veranos que pasé allí. Les guardo mucho cariño.
P.- ¿Cuál dirías que fue tu verano?
R.- Verano del ‘94, verano del ‘96 y verano de 2001.
P.- ¿Por qué?
R.- El verano del ‘94 fue el del mundial de Estados Unidos. El verano del ‘96 se murió mi abuelo y estuve mucho tiempo de aquí para allá. Y el verano de 2001 fue justo antes del 11-S. Es un verano en el que cambió todo. Coincide con que yo estaba a punto de irme a estudiar a la universidad —bueno, me fui en el 2003, pero ya era consciente de que todo iba cambiando. Coincide, también, con la irrupción de Internet y siento que, en general, aquel verano todo cambió.
P.- Estoy leyendo a Jesús Pardo, un periodista que era de allí, de Santander. Él cuenta que, durante su época en Madrid o en Londres, era incapaz de dejar atrás su identidad sardinerina. ¿A ti te pasa?
R.- (…) Menos. Me siento muy de Santander…Sí que me fui con ganas —no de desprenderme de Santander, pero de empezar una nueva vida y dejarme seducir por Madrid, dejarme llevar. Tengo el recuerdo de una época de auténticos descubrimientos. Me marcó mucho. (…) Jesús Pardo es el de Anagrama, ¿no? Tiene un libro sobre…
P.- Este son sus memorias. Autorretrato sin retoques.
R.-Ese le tengo, lo leí. A veces está un poco enfadado con el mundo.
P.- A mí me hace mucha gracia. Es un sinvergüenza, se mete con todo el mundo.
R.- Sí, sí. Lo recuerdo.
P.- La verdad es que leyéndole… Acaban de publicar un libro titulado La crítica literaria en los noventa y él es un poco así: ese desparpajo, esa crítica sin barandillas…
R.- La crítica literaria en los noventa me lo quiero leer porque lo he visto por ahí varias veces circulando y me interesa.
P.- Precisamente, tú eras adolescente en los ‘90. ¿Crees que esa época ha moldeado tu forma de escribir?
R.- (…) Posiblemente porque cuando eres adolescente descubres esos primeros libros y lo que está de moda —aunque quizás no haya perdurado tanto en el tiempo—, pero ese momento de literatura y periodismo sí que te marca. Al final, lo mismo pasa con la música. A veces sigues escuchando lo mismo que escuchabas en aquella época y te quedas un poco…no atascado, pero sí que es un lugar de refugio y confianza. Hay libros y autores que descubrí en los ‘90 a los que tengo mucho cariño. También los de principios de los 2000: creces, ya vas comprando con tu propio criterio, descubriendo, uno te lleva al otro… Sí, estoy muy en deuda con muchos de esos autores y libros.
Decía Chesterton que «las nuevas ideas siempre están en los viejos libros». Como que por mucho que queramos escribir algo…no hay nada tan novedoso. Todo siempre va a estar en libros antiguos. Yo creo que gran parte de las ideas de ahora, estaban en los ‘90 o estaban en otra época. Pero, cuando yo las descubro, es en esos años.
P.- Cuando eras joven, ¿leías a los clásicos?
R.- (…) Sí, pero de una manera un poco… Mi tatarabuelo era escritor: José María Pereda. Entonces, tenía su biblioteca al alcance de la mano y yo sabía a qué se había dedicado. Siempre tuve esa especie de…reverencia por los clásicos. Descubrí muchos autores clásicos americanos que me fascinaron, descubrí muchos libros que…Yo qué sé, me acuerdo de leer Un mundo feliz de Huxley; por supuesto de Salinger, Cheever; me acuerdo de leer Nada, de Carmen Laforet. Esos son, para mí, clásicos. Entonces vas mezclando. Siempre me ha gustado mucho mezclar y estoy muy cómodo en eso, en la mezcla de estilos, de clásicos con novísimos. Creo que es muy enriquecedor mezclar.
P.- Ahora que mencionas a Salinger. Me apetecía comentar esto contigo: tu usuario en todas las redes es Guardian Centeno y, fíjate, es un libro que detesté.
R.- Bueno, es una cosa bastante habitual. O sea, no habitual: es un libro que puede generar amor incondicional o mucho…odio. Una de las razones por las cuales utilicé ese usuario es porque tengo perfectamente grabado el recuerdo de leérmelo. Lo había visto mencionado un par de veces en una película y me lo compré con once o doce años —tengo por ahí el libro… fue con once. Y me acuerdo de la primera vez que lo leí: no conecté nada con el protagonista. Recuerdo que estaba leyendo y lo tiré en mi cuarto…como enfadado, frustrado. Luego, lo retomé al cabo de dos años y, de repente, cambió todo.
Por eso me gusta. Es una buena metáfora de lo que son los libros para mí: a veces no siempre te pillan en el mejor momento. Puedes detestar y amar un libro en un periodo de dos años. Creo que es lo bonito, lo que más me gusta de los libros, de lo que hacemos, de escribir, del periodismo, de todo. El cambiar de opinión y que todo sea válido. Que no haya opiniones esculpidas en piedra, que no creamos que estamos en posición de la verdad: todo puede cambiar.
Salinger era un tipo que estuvo en el desembarco de Normandía. Escribió poco pero su libro ya es un clásico que se lee en todos los institutos americanos. Es una historia que…Antes de calentarte y decir que es un libro sobrevalorado…quizás yo sería un poco cauto a la hora de emitir juicios sobre determinados autores. Lo que consiguió este tipo es loquísimo. Con perspectiva, todo lo ves diferente.
P.- ¿Relees libros muy a menudo?
R.- Pues mira, ese es un tema que ha salido últimamente en el podcast: yo creo que releer es un placer. Quizás no lo hago del tirón: releer un libro de principio a fin. Sí que tengo libros…como de consulta. Cuando estoy un poco bloqueado o atascado con la columna, siempre que quiero buscar ideas tengo a mano en mi biblioteca una serie de libros que… yo digo que me sintonizan. Como la radio: vas buscando con el dial y vas encontrando tu ánimo. Me pasa con diarios, con libros de pequeños artículos: esos los releo continuamente. Quizás no es coger una novela de principio a fin y volvérmela a leer; eso lo hago menos. Pero sí que releo muchos artículos, partes, momentos, libros de viajes.
P.- Le recomendé mi libro favorito a una amiga y me dijo que volviera a leérmelo porque no entendía cómo era posible que se lo hubiese recomendado. Duré dos páginas, no quise que la segunda lectura cambiase mi juicio.
R.- ¿No le había gustado?
P.- Dijo que era rarísimo.
R.- No…Estoy muy en contra de la gente que hace eso. Un libro que es especial para alguien, que lo prestan y de vuelta les dicen que no ha gustado… Hay que mentir. Hay que decir: «Oye, me ha encantado». Yo me lo tomo muy personal, he llegado a dejar libros y decir: «Nunca más». Me ofende muchísimo prestar un libro que me ha gustado mucho y que a la otra persona no le guste. Es que no quiero la verdad, no quiero tu opinión. Sólo quiero que veneres este libro como hago yo, porque en el fondo te estoy dejando parte de mi ser, de mi vida.
P.- ¿Eres de los que prestan sus libros?
R.- Sí, sí. No soy muy… A veces los presto sabiendo que no van a volver. Y sé perfectamente cuáles son los libros que me ha dejado alguien y que no he devuelto —los tengo como grabados—. No me enfada porque en el fondo es como un lazo, un puente con otra persona. Siento que mientras yo tenga un libro de esa persona en mi casa, aunque no hayamos vuelto a hablar en dos años, sé que eso lo mantenemos; que tenemos un contrato, que algún día se lo devolveré y retomaremos la relación, o el contacto… «Sigues vivo en mí y yo en ti, porque sabes que yo tengo este libro y tú tienes el mío».
P.- Esto me recuerda un poco al episodio con Luis Alberto de Cuenca, en el que habláis de la forma de tratar los libros. Él dice que le gustan casi sin tocar.
R.- Luis Alberto ha sido para mí un referente en el amor por los libros. Cuando yo era pequeño y escuchaba Cowboys de medianoche, le escuchaba a él hablar de libros y yo quería eso. Para mí la idea…el culmen…la cima…el haber llegado a algún lado era tener una biblioteca de la que estar orgulloso y que la gente hablara de ella, como Luis Alberto. Para mí llegar lejos en la vida es tener una buena colección de libros. Entre una cosa y otra he podido conseguir eso, y Luis Alberto ha visto y ha alabado mi biblioteca. Me he sentido muy orgulloso de ese momento, he sentido que cerraba algo.
Lo que pasa es que Luis Alberto es muy purista de los libros; yo mucho menos. A mi me encantan las ediciones, me encanta tenerlas, pero lo de Luis Alberto es un nivel de pulcritud y respeto hacia los libros que yo no tengo. A mí me gustan manoseados, manchados, un poco rotos. De hecho, hoy estaba viendo una parte de mi biblioteca y he pensado: «Me gusta que la gente pueda observar que he leído estos libros».
P.- En su Manifiesto por la lectura, Irene Vallejo dice que a través de los libros desarrollamos los «ojos interiores», como una mirada introspectiva. ¿Qué has aprendido de ti mismo a lo largo de esta última década?
R.- Tengo buena memoria, y eso lo he ido viendo con el paso del tiempo porque de los mismos recuerdos, yo retengo más detalles que la gente que los ha vivido conmigo. Eso me gusta. Pero, también me he dado cuenta de que tengo otras cosas peores: inseguridades, el tema de la exposición… No sé cómo definirlo pero se ha visto exacerbado en esta época en la que estoy más expuesto: yo me voy cerrando en mí mismo. Es raro y no me lo explico, no logro entender por qué. Intento no juzgarme o no ser duro con eso, pero está presente y no sé por qué. No sé si los demás piensan lo mismo.
P.- Esa actitud es típica de un adolescente. En el prólogo de tu libro, ¿Dónde vamos a bailar esta noche?, Gistau reflejó tanto tu «veraneo del alma» como la nostalgia que asoma cuando una fase llega a su fin.
R.- Sí, puede ser. Hay algo de… sobreanalizarme o pensar todo demasiado. Me salen demasiadas dudas. Muchas veces, una sensación de ridículo constante. Puede que tenga que ver con asomarse a esa madurez un poco…prematuramente. No lo sé.
P.- En tu última columna dices que quieres un bonsái para omitir la crisis de los 40.
R.- Sí, exacto. Aún no he llegado a los 40, que quede aquí constancia. Pero sí, a veces me gustaría pasar directamente de una etapa a otra, saltándome una intermedia. Me gustaría tener el pelo directamente blanco, el pelo gris paloma me da mucha pereza. Blanco como Roger Sterling, como mi abuelo Javier. No quiero nada intermedio.
P.- ¿Te da vértigo hacerte mayor?
R.- Vamos, creo que ha sido una de mis obsesiones desde pequeño. Ya en la comunión…La crisis de los 40 me llegó a la comunión (risas). Siempre he tenido una sensación tremenda de angustia por el paso del tiempo. No pienso en mi muerte ni enfermedades, pero sí que me agobia el paso del tiempo, esa sensación todo el día. Además, va relacionado con que tengo buena memoria. Y eso me llama la atención.
El otro día pensé «hace diez años de esto…». ¿Cómo ha podido suceder? No me puedo creer que hayan pasado diez años del gol de Bale en Valencia. Me acuerdo de todo. De la música que llevaba en el coche, de dónde estuve, qué hice, qué ropa llevaba, de qué hablé con…recuerdo que vi ese partido con una amiga y con Manuel Jabois. Me acuerdo de dónde estuvimos, qué comimos…¡Me acuerdo de todo! Y han pasado diez años ya, una década. No puede ser. Me niego a aceptar eso. Me niego a aceptar que Jack Nicholson tenga 87 años, y cumplió ayer. Me niego a aceptar que un disco haya cumplido diez años. Alguien saca un libro o sale una serie que me gusta…pienso que salió ayer y resulta que han pasado cuatro años. Me estalla la cabeza.
P.- Han publicado en El Mundo hace poco un artículo sobre Larry David —que siempre la comentas…
R.- Siempre saco Larry David. Acaba de terminar ahora.
P.- Por eso. Creo que series y libros hacen aún más evidente el paso del tiempo. Cuando llegas a la edad de los personajes… Por ejemplo, ahora tengo la edad de Rachel cuando empieza Friends. No sé en qué momento ha pasado esto.
R.- ¿Tienes la edad de cuando empieza Friends? (…) Qué asco… (risas)
P.- La personalidad se construye viendo, leyendo… Pero, ¿qué tipo de cosas te deconstruyen?
R.- (…) Es buena pregunta, es complicada. No sé…Intento verme construyéndome. Porque, deconstruir es algo bueno, ¿no?
P.- He intentado ser poética y no me ha salido. Vuelvo a probar: ¿Qué hace que te vengas abajo?
R.- Las dudas. Tener muchas hace que me bloquee y que me falte poder de decisión. Las inseguridades. Cuestionarme todo demasiado. También me deconstruye cuando veo en los otros cutrez, malas formas y cierto egoísmo. Cuando alguien no piensa en ti para nada.
P.- En el podcast describiste la mediocridad como la ausencia de—
R.- Curiosidad.
P.- Y hablando con amigos que te escuchan en Hotel Jorge Juan, veo que muchos no ahondan en las cosas que recomiendas o de las que hablas. ¿Te da esa sensación?
R.- No, yo creo…Yo me tomo en serio las recomendaciones de los podcasts que escucho porque me fío de su criterio. Y creo que mucha gente hace lo mismo con lo que yo recomiendo; también entiendo que mucha gente no sea así. La gente a la que le puede gustar lo que yo leo quizás no tenga esa pulsión de acudir a mis sugerencias. Pero yo he sido así desde pequeño porque me gusta fijarme en lo que bebe no sé quién, en cómo se comporta, en detalles y tonterías. Y puedo entender que no todo el mundo sea así. Son distintas formas de aproximarse y todas me parecen buenas.
P.- ¿Crees, entonces, que el éxito de tu podcast radica en tu personalidad?
R.- A ver, (…) es que ni si quiera me atrevería a clasificarlo como éxito. Creo que mi personalidad es… diferente. Al final, tengo intereses y gustos…dispares y variados, y eso a la gente le puede interesar de una manera u otra. También intento que haya que haya química con los invitados que me interesan. De algún modo, reflejan mi personalidad: son personas que elijo yo, aunque no sean los más populares en el momento.
P.- Truman Capote contó en una ocasión que le hicieron un test de IQ y obtuvo un resultado muy alto. Entonces, se miraba en los espejos y se decía a sí mismo: «Chaval, tú y yo hermanos de Flaubert». Al haber estado sentado con tantas personas a las que admiras, ¿te pasa lo mismo?
R.- No, cero. Cero. De hecho, me sucede lo contrario. Soy muy…soy un poco autodestructivo y un poco…No siempre me llevo bien conmigo mismo. Tengo una relación…compleja. La verdad es que las personas de mi alrededor son las que me dan esa palmadita, porque creo que a veces no tengo esa capacidad para ver lo que otros apreciarían. Me cuesta mucho ser mínimamente benevolente conmigo mismo.
P.- No se te nota.
R.- En todo hay un poco de pose, ¿no? Cuando grabo el podcast, cuando escribo…Eres tú y al mismo tiempo tampoco eres tú.
P.- ¿Como un personaje?
R.- No, es más bien…Todos tenemos una manera de estar según el contexto. En un podcast con personas que me interesan me relajo, soy yo, estoy tranquilo. Pero, también hay una parte en la que quieres agradar a la otra persona, que se sienta cómoda. Entonces…hay una disposición. Cuando escribes, también: quieres llegar a la gente. Tu actitud cambia. Y luego, solos, en los ratos de soledad, somos de otra manera. Son las caras de un mismo dado.
P.- Uno siempre tiene en cuenta al lector. Julio Camba escribió—
R.- ¿Lo del lector de Guadalajara?
P.- [Me tuve que reír, siempre va un paso (y un libro) por delante] Exacto.
R.- Me parece acertadísima esa metáfora de Camba. Yo pienso en un lector…Un lector. Una mezcla de mucha gente, pero en una sola persona. No pienso: «Esto va a generar mucho debate, muchos likes». Pienso en hacer reír a esa persona, hacerle pensar, que le alcance lo que escribo. Pero pienso en una persona. El señor de Guadalajara… Es genial eso de Camba. Siempre lo he tenido muy presente.
P.- Sobre hacer reír: tú escribiste el prólogo de Gente que se fue y en él lamentabas que Gistau escribiese tanto sobre política. Pero, también tú escribiste columnas políticas en El Imparcial; algo cómicas, eso sí.
R.- Bueno, eso de El Imparcial es de la prehistoria, pero sí. Me pasaba con David y con tanta otra gente que admiro. Al final, están sujetos a la actualidad y tienen que hablar de políticos que son auténticos seres mediocres y vulgares. A veces me da rabia, cuando leo un recopilatorio de artículos de gente que admiro, me parece increíble que alguien gastara tinta en escribir sobre ese personaje siniestro, vulgar y mediocre. Que luego, sí, son el retrato de un lugar y de una época. Pero, a veces me gusta leer a gente que admiro cuando escriben de aquello que ellos quieren. Cuando pueden escribir reflexiones personales, recuerdos.
P.- Aún con una diferencia de edad importante de por medio, llegaste a ser amigo de Gistau. Me gusta imaginármelo como un sitio en su mesa. ¿A esos lugares se llega a base de esfuerzo?
R.- (…) Sí, yo con David me llevaba muy bien. Pero nunca perdí esa admiración que, a lo mejor, por un amigo de tu generación no sientes. Yo le tenía mucho cariño, era una verdadera admiración. Para mí fue muy especial. Eso nunca lo abandoné. ¿Cómo te sientas ahí? Yo creo que… ni siquiera sabes si estás en la misma mesa. Te vale con estar en el mismo sitio y en distintas zonas, pero observándoles.
En el podcast me ocurre eso. Es una excusa para poder sentarme a hablar con gente que admiro, que me interesa, que hace que me pregunte por qué han hecho lo que han hecho.
P.- «La admiración es una barrera».
R.- Sí y siempre… como te decía, con David: a veces me costaba ser yo mismo. Pero, no porque yo cambiara sino porque, precisamente, su presencia hacía que yo quisiera estar a la altura de lo que yo pensaba que la situación pedía. Entonces eso te exige mucho de ti y estás presionándote en lugar de estar relajado. Eso es inevitable pero también es bonito. Admirar es muy bonito y muy especial, y creo que a veces la gente lo pierde o no lo tiene. O ser muy cínico… No me gusta la gente que no admira tanto.
P.- Hay gente que va a tu podcast y comenta que eres muy sensible…
R.- Agradezco mucho la educación de mi padre —de mis padres, los dos, pero mi padre es una persona que mezcla estilos y formas de ser. Él me ha enseñado mucha sensibilidad; pero, sensibilidad no es llorar con una película obligatoriamente —que también puede serlo—, son más cosas. Es tener gustos, preferencias, intereses, curiosidad…Yo creo que es muy importante mantener eso, la curiosidad. Me gusta eso.
P.- «Para ser sensible hay que haber ganduleado mucho».
R.- Sí…Puede ser… Gandulear es una expresión que es bonita, la verdad…o zascandilear ¿no? Son cosas de esas… Y sí, creo que hay algo bonito en el hecho de gandulear: que las cosas te pueden sorprender y gustar. Es estar dispuesto a aprender algo de ellas. A veces gandulear es eso también; tiene una connotación negativa, pero también es estar abierto a que te sucedan las cosas.
P.- Disfrutar perdiendo el tiempo.
R.- Sí y creo, además, que disfrutar de momentos que pueden parecer inadvertidos para otros es un verdadero placer y eso te permite estar a la altura del momento. Pero, en eso no soy muy…Por ejemplo, estar un verano sin hacer nada o estar muy parado no me gusta. Me gusta tener un mínimo de cosas que hacer de actividad.
P.- Me imagino el verano como el prólogo del año.
R.- Marca mucho el tono del resto, marca mucho… Yo puedo vivir del verano muchos meses; es decir, del recuerdo de lo que has vivido. Y estás siempre como viviendo de lo que ha quedado y esperando al siguiente.
P.- Un poco en esa línea, leí en Twitter que vivimos durante el año de las lecturas del verano.
R.- Sí, sí. Además, es un buen momento para leer cosas muy variadas, leer con una sensación muy diferente del tiempo en comparación con el resto del año. Puedes leer sin saber si hoy es martes o miércoles. Es algo…amorfo, muy placentero.
P.- Todo esto que hemos comentado —los libros, el futbol, la cultura…—al final es una auténtica pasión.
R.- Me gusta mucho la palabra entusiasmo. Me gusta…entusiasmarme con algo. Me encanta la sensación de descubrir a un autor —hablaba hace poco de Alice Munro, no la tenía tan controlada ni había leído tanto de ella. De repente, he leído algo suyo que me ha hecho pensar: «Qué maravilla ponerme ahora con todos los libros de esta señora». Tengo por delante un montón de libros, un montón de cuentos, un montón de historias. Qué maravilla haber descubierto este pequeño yacimiento. Eso me pasa mucho con las cosas que me gustan: cuando descubres algo o llegas a alguien o esperas con interés el estreno de una película o una serie que te gusta. Que emitan un monólogo de alguien que te divierte mucho, un partido del jueves del Real Madrid de Baloncesto, que se que me hace feliz y estoy toda la semana esperándolo…Para mí es entusiasmo.
Eso lo decía Savater en una entrevista: «El entusiasmo me lo enseñó mi madre. Cuando salía la nueva novela de Agatha Christie, se encerraba en su cuarto y no salía hasta que la había acabado». Entonces eso, que te importen las cosas, que te motives, que te broten las ganas de dejarlo todo para ponerte con algo que te guste de verdad…Para mí es la felicidad, el placer. Y eso me lo ha enseñado mi padre, me lo han enseñado autores que me gustan —el mismo Savater—, me lo ha enseñado gente que me gusta, que me interesa; mi hermano, que también es muy apasionado de lo que le gusta. Todo eso es muy especial.