Me decía una amiga el otro día que hay veces en las que se le hace cuesta arriba relatar sus complicaciones a sus seres queridos por temor a ser una carga. Hay ocasiones en las que yo misma no cuento ciertas cosas porque no quiero ser “la pesada” que se pasa minuto sí, minuto también hablando de lo mismo. Dios me libre de que me adjudiquen esa etiqueta. Escalofríos.
Además, me gusta (mucho) ser capaz de tomar decisiones por mi misma, que nadie me diga qué tengo que hacer ni cómo y, sobre todo, ser capaz de ser lo suficientemente crítica como para tomar ciertas decisiones yo sola, sin que me influencie lo que otros puedan decirme u opinen. Más o menos como el indoblegable corcel Spirit cuando no se deja domar por el cowboy.
No obstante, hay mil ocasiones en las que a todos nos gusta que nos echen una mano, que nos den un consejo o que nos indiquen qué camino tomar o qué actitud debemos llevar. Por ello, he decidido recurrir a mis amigos cercanos para que me cedan algún consejo que alguna vez les ha venido bien, que crean esencial en su día a día o sin el cual alguna decisión se les hubiese hecho cuesta arriba.
Cuando llegue ese río cruzaremos ese puente. De todos los recibidos fue mi favorito. Investigando un poco descubrí que pertenece al Emperador Julio César (este hombre tenía frases para todo) y describe la necesidad de centrarse en el aquí y ahora. Disfrutar del presente y no agobiarse por el futuro. Me pareció perfecto el consejo porque no son pocas las veces que nos preocupamos en exceso por el futuro, planteando posibles escenarios en nuestra cabeza que nos provocan muchísima ansiedad y, realmente, hay cosas por las que no debemos preocuparnos hasta que llegue su momento. En otras palabras: cada cosa a su debido tiempo.
Siempre lleva una sonrisa en la cara. Siempre se agradece que alguien te sonría, demasiado llevamos a la espalda como para toparte con un extraño desagradable. Tratar bien a los demás es un básico que no se nos debe olvidar. Además, una sonrisa puede abrirte más puertas de las que te imaginas.
Intenta expresar lo que sientes y ser sincero, al menos contigo mismo. Este me evoca aquella canción de Sabina en la que canta: “Cuántos besos me perdí por no saber decir te necesito”. Mejor no llegar a ese punto, al arrepentirse de no haber dicho ciertas cosas. Perder amores, amistades y otro tipo de lazos es de lo peor que nos puede ocurrir porque nos acaba apagando. ¿Cómo evitarlo? Para empezar siendo sincero con uno mismo. A partir de ahí, todo sale solo.
¿Quién dijo miedo? Nada, nada. El miedo y la vergüenza no valen absolutamente nada. Esto no es un consejo pero si una frase que repiten C y T cuando quieren echarse unas risas al día siguiente. La cabeza la tenemos para jugárnosla —y para pensar, aunque muchos no le den ese uso con la frecuencia debida—. Hablaba con C el otro día que el miedo solo hace que nos perdamos cosas buenas en la vida, hay que comerse el mundo a bocados, sin miedo. Ser valiente y si algo sale mal, que nos quiten lo bailado.
Hazle caso a tu corazón. La cursilada del día, de la semana, del mes y del año. Pero es tan certero este consejo como blanca es la leche con la que mezclo el café. Me da rabia porque estoy vislumbrando una escena de alguna serie o película cuyo título no logro recordar que decía: “Hay que seguir al corazón porque es más inteligente que la cabeza. Las cabezas son ingenuas”. Algo así decían en aquella escena. Hay cosas que uno sabe que deberían hacerse así o asá, decir esto o aquello, callarse por ésta o la otra razón… y todo esto lo sabemos porque sí. Porque nos lo dicta el corazón, nuestras entrañas. Solo nosotros conocemos ciertos elementos de nuestra vida, de las personas que nos rodean, del camino que nos conviene…
Al final hay que hacerse caso a uno mismo, porque los consejos son sólo eso: consejos. Y nadie mejor que uno mismo para saber lo que te conviene.